CARTAS A MI MUJER, NUMERO DOS

Nunca nos poníamos de acuerdo en el precio de las cosas.
Para mí las cosas siempre eran baratas. Estar al lado tuyo para mí, hacía poco todo precio.
Fuimos de tal manera libres que ahora eres una mujer que esta cerca de mí aunque estemos lejos. Eres un verdadero invento.
Una mujer que está ahí aunque no esté. Una mujer que me permite estar allí cuando, en realidad, estoy aquí.
Un verdadero invento y no sé quién inventó el amor entre nosotros pero no nos importa y no creemos demasiado.
Lo hacemos, el amor lo hacemos y cuando no lo hacemos, hacemos otras verdades, fabricamos otros sueños que los de la especie, esos días que nos levantamos enamorados de los puentes, de las vías férreas, de las autopistas, de todo aquello que separa a los amantes para que luego se vuelvan a encontrar en otros caminos, otras ciudades, otros amantes.
Yo y vos, querida, hemos participado en esa historia universal del amor. En siglos venideros cuando se hable del amor, se hablará de nuestro amor, eso quiero decirte cuando te digo que te amo.
Ahora, hoy día, para decirlo de alguna manera, he cumplido 68 años que, en parte, son míos y, en parte, son del mundo.
Hay veces que todo me lo debo a mí, hay veces que todo se lo debo al mundo, tanto unas como otras veces sólo existen, para mí, por tu presencia. Sin vos volando por el salón de la casa como si fuera un aeropuerto internacional, yo no hubiera podido concebir que el destino de la poesía era volar y, tampoco, sin ese vuelo permanente anunciando el porvenir, nunca hubiera podido concebir la idea de Las 2001 Noches.

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