CARTAS A MI MUJER DIECISIETE

Hagámonos sospechosos delante de todo el mundo de querer vivir. De querer plasmar en una vida plena todas nuestras muertes amadas.
Una vida, mi amor, donde haya sitio para todo el mundo, también para los vivos, para nosotros.
Una vida, querida, que será contada con orgullo por hijos y nietos y biznietos y algún que otro intelectual enterado del fenómeno.
A veces éramos los puntos cardinales opuestos para poder amarnos con mayor libertad.
Llegamos a ser aristas de triángulos diferentes para poder amarnos en esa nueva dimensión.
Nuevos decires atravesarán nuestra vida para siempre. Ya nunca más en nuestra familia se olvidarán del mar.
Este mar, por ejemplo, desde donde te escribo, esta carta perdida y encontrada, sentado a un metro de las olas.
No aguanté más y me metí en el mar, 30 de octubre, en España y, ahora, estoy contento y quiero que todo el mundo esté contento y me doy cuenta que estoy a punto de cometer el mismo error, una nueva vez, y rectifico diciéndolo de la siguiente manera:
La felicidad, lo poco de felicidad que nos permite la vida actual, depende del trabajo de cada uno.
El que no sea capaz de trabajar por su felicidad no tendrá ninguna felicidad.
Y esto es, a la vez, querida mía, una mala noticia: Nuestra felicidad depende de nuestro trabajo y, al mismo tiempo, una esperanza: con mi trabajo, sin esperar la ayuda de Dioses que, en general, no existen y sin esperar la ayuda de ministerios que no existen para mí; es posible algo de felicidad, con mi trabajo.
Sin duda es una esperanza. Espero que el siglo que viene los poderosos no utilicen estas frases para dominar, con el asunto del trabajo, con mayor eficacia a un número, siempre, mucho mayor de trabajadores.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cartas a mi mujer sesenta y nueve

CARTAS A MI MUJER SESENTA Y TRES