Cartas a mi mujer treinta y cinco

28 DE ENERO DE 1998, MÁLAGA
Todavía, a pesar de todo lo que trabajo, sigo pensando que, algún día, podré vivir sin trabajar. Es decir para que se entienda, tengo ilusiones que, algún día, dinero y trabajo no tengan nada que ver, eso quiero decir cuando digo vivir sin trabajar. Trabajar en sentido estricto es maravilloso, producir con los instrumentos precisos, transformaciones en una materia prima determinada.
El alma, por ejemplo, el lenguaje.
Hacer del acero piedra y de la piedra cántaro.
He aprendido, y he gozado con ello, que lo que tengo es una pequeña suerte que me ayuda a no perderlo todo, a ganar un pedazo. Esa es mi suerte, el resto lo tendré que hacer trabajando.
El sol me llama la atención, me hace bien, me gustaría vivir en el sol, adentro del sol, iluminando el mundo, haciendo del mundo luz.
Me dejo estar como los sapos o los cerdos, pero me siento un hombre trabajando por su libertad.
Un suave viento me hace sentir que estamos en pleno invierno. Esto de escribir al sol me parece un invento, más que verdadero, real.
Siento haber retrasado mi gloria más de 30 años pensando que yo era un hombre de ciudad y resulta que, ahora, me doy cuenta que, yo, soy un hombre de mar.
La presencia del mar, del sol, reordena toda mi vida de manera diferente, cambia, a veces, de manera radical mi pensamiento sobre las cosas.
Cerca del mar, garchar, follar, es lo menos importante de mi vida, cerca del mar mi único amor es la poesía.

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